Una mañana, como de costumbre, sus hijos lo llevaban para que se sentase debajo del gran árbol que se encontraba detrás del pueblo y se iban a sus ocupaciones.
Hacia el mediodía, un gavilán perseguía un lagarto que vino a esconderse bajo sus enormes testículos. El gavilán dice al anciano : « ¡Si me libras el lagarto, yo te abro tus ojos ! »
El lagarto, acto seguido, le dijo: « Si me guardas, voy a curarte tus testículos, que volverán a ser normales ».
Nuestro anciano no sabe lo qué hacer. Llama, en su auxilio, a sus mujeres y a sus hijos y comienza una gran discusión entre éllos. Los unos están por el gavilán, los otros por el gavilán. Pero, el benjamín de la segunda mujer, dice a su madre : « Mamá, tienes que decir a papá, que suplique al gavilán, para que le pueda dar un polluelo, en vez del lagarto y, papá, se curará de sus dos males ».
La mujer transmite la propuesta a su marido que presenta su dolencia al gavilán que lo acepta muy contento, ya que, jamás, había comido carne de gallina. Traen, a toda prisa, un polluelo bien gordo y, con sus alas roza los ojos del anciano, pasando y volviendo a pasar, delante de él hasta tres veces. Los ojos del anciano se abren y, cuando pasa por la cuarta vez, se lleva el polluelo. Desde ese día, el gavilán coge nuestros polluelos.
También, el lagarto cumple con su compromiso y, sus gruesos testículos, desaparecen. El anciano se encuentra curado de los dos males de los se aquejaba.
Desde ese día, los últimos nacidos son más amados y mimados que los otros y que las pequeñas mujeres, lo más a menudo, son preferidas a las otras.